jueves, septiembre 19, 2024

PARA COLECCIONAR: “PUERTO GABOTO, CAMINO A LOS 500 AÑOS DE SU FUNDACIÓN”. PARTE 2

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LUCIA MIRANDA: Un personaje de leyenda…con el que se intentó justificar la Conquista.

Camino al V Centenario de la Fundación del Fuerte Sancti Spíritus (9/6/1527). Por Prof. Ricardo N. González.

A tan solo 3 años de cumplirse los 500 años de fundación del fuerte Sancti Spìritus, la leyenda de Lucía Miranda sigue concitando la atención de muchos. ¿Pero quién era esa mujer andaluza que se hizo leyenda en tierras chanas? ¿De dónde proviene la información que da cuenta de su existencia en el fuerte de Gaboto? ¿Qué incidencia tuvo, según la literatura, en los destinos del primer pueblo argentino? ¿Es la leyenda de Lucía Miranda un relato político que intenta justificar la conquista española bajo la inocente apariencia de un cuento mítico? Estas y otras muchas preguntas trataré de responder en éste artículo, por supuesto con la ayuda del lector. La leyenda de Lucía Miranda se inscribe como detonante del ataque y destrucción del asentamiento español en la confluencia de los ríos Coronda y Carcarañá el 10 de setiembre de 1529 (Soler Amadeo P.).
Por los testimonios recolectados de testigos de la expedición, el fuerte Sancti Spíritus fue atacado por una coalición de tribus indígenas de la zona, presuntamente organizada por parcialidades guaraníes que hacia 1529 estaban en tensas relaciones con los españoles del real. El ataque se produjo en la primavera del citado año, cuando Sebastián Gaboto y la mayoría de su tropa no se encontraba allí. El ataque sorpresivo, certero y masivo hizo que Sancti Spìritus se perdiera con treinta hombres que lo custodiaban, todos los tesoros recolectados, documentos importantes, muchas armas (a excepción de las piezas de artillería que los indígenas no quisieron o no pudieron llevarse).
Más allá de las razones del ataque y de las relaciones establecidas en distintos momentos entre las distintas tribus locales con el conquistador europeo, subyace y sigue muy vigente en el imaginario social el episodio de Lucía Miranda y dos caciques o mayorales Timbúes. Altamente significativa ha sido en Puerto Gaboto la leyenda que existe una calle que lleva de nombre Hurtado (esposo de Lucía Miranda en la leyenda) y existió una prestigiosa institución cultural que se denominaba Peña Lucía Miranda.
El primero que cuenta ésta historia fue el cronista paraguayo RUY DIAZ DE GUZMAN allá por el año 1610. En su poema llamado La Argentina, este soldado mestizo describe la etapa de la conquista en el Río dela Plata con la intención y voluntad de inscribir en la memoria de sus contemporáneos los méritos y fama de los fundadores de la “patria” que asocia a la cadena de un linaje español. En ese marco resaltará características de indígenas y europeos que con el tiempo serán los estereotipos más utilizados para la enseñanza de nuestra historia. Ruy Díaz de Guzmán amenaza permanentemente la veracidad del registro de los hechos. La intensidad de los sentimientos de su historia personal -odio al indio, vinculado a su propio origen rechazado; necesidad de legitimar la acción del conquistador y, al mismo tiempo, una de sus consecuencias, el mestizaje- produce, finalmente, un texto que genera más dudas que certezas históricas. En el interior del discurso de la crónica irrumpe un episodio mítico que funcionará para reinstalar, 80 años más tarde, la Justificación de la conquista. Al elegir contar el episodio de LUCIA MIRANDA de esa manera, lo convertirá en un modelo ejemplar de las complicidades y traiciones que jalonan la relación de la historia con la literatura.
Hagamos el ejercicio previo de rescatar personajes para analizar detenidamente como nos lo presenta el autor. Miremos: Un Sebastián Gaboto valiente, amable, prudente y marino profesional; Mangaré y Siripo (caciques timbres) en principio buena gente, valientes, temidos y respetados mientras acataban las órdenes del conquistador pero luego se vuelven bárbaros, secuestradores, poligráficos, violentos, irascibles si los contradicen, autoritarios, traidores, conspiradores, bandidos y asesinos; Lucía Miranda y Sebastián Hurtado, el matrimonio ejemplar cristiano, ELLA era dulce, amorosa, fiel a su esposo, temerosa de Dios, honesta y recatada, la doncella que muere en la hoguera del infiel aceptando su fatal destino sin renunciar a su juramento, EL un soldado español valiente, fiel servidor del Rey, enamorado de su esposa hasta dar la vida por la de ella, honesto, temeroso de Dios y gran cristiano. Los soldados españoles, no aparecen como conquistadores sino como personas que vienen a brindar su amistad a los indígenas (se lo hace decir a Siripo), incautos, inocentes que caen en la celada tendida por el traicionero Mangoré, respetuosos en el trato con los indígenas, valientes víctimas de la matanza que hicieron los indios. El capitán Nuño de Lara, un valiente oficial español a cargo del fuerte Sancti Spíritus, aguerrido, audaz, temerario, jefe, conductor y líder, mata al líder de los enemigos y hace estragos entre las filas indígenas, muere heroicamente a manos de una masa salvaje que lo supera numéricamente, su muerte produce la caída del fuerte para alegría de los bárbaros que destruyen y saquean el real. Las mujeres indígenas son presentadas como celosas de Lucía Miranda, egoístas, incitadoras de violencia, conspiradoras, traicioneras, amantes o esclavas que se podían asignar a un hombre.
Con estos adelantos veamos juntos la Leyenda de Lucía Miranda en la pluma de Ruy Díaz de Guzmán (texto original de 1610).

Capítulo VII. De la muerte del capitán don Nuño de Lara, la de su jente, con lo demas sucedido por traición de indios amigos.
“ Partido Sebastian Gaboto con mucho sentimiento de los que quedaban, por ser un hombre afable, de gran valor y prudencia, muy esperto y práctico en la cosmografía, como de él se cuenta: luego el capitán don Nuño procuró conservar la paz que tenia con los naturales circunvecinos, en especial con los indios Timbúes, jente de buena marca y voluntad, con cuyos dos principales caciques siempre la conservó, y ellos acudiendo de buena correspondencia, de ordinario proveian á los españoles de comida, que como jente labradora nunca les faltaba. Estos dos caciques eran hermanos, el uno llamado Mangoré y el otro Siripó, ambos mancebos como de treinta á cuarenta años, valientes y espertos en la guerra, y así de todos muy temidos y respetados, y en particular el Mangoré, el cual en esta ocasión se aficionó de una mujer española, que estaba en la fortaleza llamada Lucía de Miranda, casada con un Sebastián Hurtado naturales de Ecija.
A esta señora hacía el cacique muchos regalos y socorros de comida, y en agradecimiento ella le daba amoroso tratamiento, con que vino el bárbaro á aficionársele tanto, y con tan desordenado amor, que intentó hurtarla por los medios á él posibles. Convidando á su marido que se fuese algun dia a entretener á su pueblo, y á recibir de él buen hospedaje y amistad, con buenas razones se le negó Hurtado; y visto que por aquella via no podia salir con su intento por la compostura y honestidad de la mujer, y recato del marido, vino á perder la paciencia con grande indignación y mortal pasión, con lo cual ordenó contra los españoles (de bajo de amistad) una alevosa traicion, pareciéndole que por este medio sucederia el negocio de manera que la pobre señora viniese á su poder, para cuyo efecto persuadió al otro cacique su hermano, que no les convenia dar la obediencia al español tan de repente con tal subordinacion, pues con estar en sus tierras eran tan señores y absolutos en sus cosas, que en pocos dias lo supeditarian todo como las muestras lo decian, y si con tiempo no se prevenia este inconveniente, despues cuando quisiesen no lo podrian hacer, con que quedarian sujetos á perpetua servidumbre, para cuyo efecto su parecer era, que el español fuese destruido y muerto, y asolado el Fuerte, no perdonando la ocasion y coyuntura que el tiempo ofreciese: á lo cual el hermano respondió que ¿cómo era posible tratase él cosa semejante contra los españoles, habiendo profesado siempre su amistad, y siendo tan aficionado á Lucía? que él de su parte no tenia intento ninguno para hacerlo, porque á mas de no haber recibído del español ningun agravio, antes todo buen tratamiento y amistad, no hallaba causa para tomar las armas contra el; á lo cual Mangoré replicó con indignación, diciendo que así convenia se hiciese por el bien comun, y porque era gusto suyo, á lo que como buen hermano debia condescender. De tal suerte supo persuadir á su hermano, que vino ál condescender con él, dejando el negocio tratado entre sí para tiempo más oportuno, el cual no mucho despues le ofreció la fortuna á colmo de su deseo; y fué que, habiendo necesidad de comida en el fuerte, despachó el capitan don Nuño cuarenta soldados en un bergantin en compañia del capitan Rui Garcia, para que fuesen por aquellas islas á buscarla, llevando órden de volverse con toda brevedad con lo que pudiesen recojer.
Salido, pues, el bergantín, tuvo Mangoré por buena esta ocasion, y mucho mas por haberse ido con los demas Sebastian Hurtado, marido de Lucia, y así luego se juntaron por órden de sus caciques mas de cuatro mil indios, los cuales se pusieron de emboscada en un sauzal, que estaba media legua del Fuerte en la orilla del rio, y para con mas facilidad conseguir su intento, y fuese más fácil la entrada a la fortaleza, salió Mangoré con treinta mancebos muy robustos cargados con comida de pescado, carne, miel, manteca y maíz, con la cual se fue al Fuerte, donde con muestras de amistad lo repartió, dando la mayor parte al capitan y oficiales, y lo restante á los soldados, de quien fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole, dentro del Fuerte aquella noche, en la cual reconociendo el traidor que todos dormían, escepto los que estaban de posta en las puertas, y aprovechándose de la ocasion, hicieron señas a los de la emboscada, los cuales con todo silencio se llegaron al muro de la fortaleza, y á un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con las guardias, y pegaron fuego á la casa de las municiones, con que un momento se ganaron las puertas, y á su salvo mataron á las centinelas, y á los que encontraban de los españoles, que despavoridos salian de sus aposentos á la plaza de armas, sin poderse incorporar unos con otros, porque como era tan grande la fuerza del enemigo, cuando despertaron, ya unos por una parte, otros por otra, y otros en sus mismas camas los degollaban y mataban sin ninguna resistencia. Algunos pocos peleaban valerosamente, en especial don Nuño de Lara, que salió á la plaza con su espada y rodela por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando a muchos de ellos, acobardándolos de tal manera, que no había ninguno que osase llegar a él, viendo que por sus manos eran muertos; lo cual visto por los caciques é indios valientes, haciéndose afuera, comenzaron á tirarle con dardos y lanzas, con que le maltrataron de manera que todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre; y en esta ocasión el sargento mayor con una alabarda, cota y celada se fue á la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones, entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo á muchos de los que la tenían ocupada, y él así mismo recibiendo muchos golpes, aunque hizo gran destrozo, matando á muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos, que tirándole gran número de flechería, con que fue atravesado, cayó muerto. En esta misma ocasión el alférez Oviedo y algunos soldados de su compañía salieron bien armados, y cerraron contra una gran fuerza de enemigos que estaban en la casa de las municiones (por ver si la podían socorrer), y apretándolos con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados sin mostrar flaqueza hasta ser muertos, vendiendo sus vidas en tal cruel batalla á costa de infinita gente bárbara.


A este mismo tiempo el capitán don Nuño procuraba acudir á todas partes y herido por muchas, y desangrado sin poder remediar nada, con valeroso ánimo se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde encontrando con él Mangoré, le dio una gran cuchillada, y asegurándole con otros dos golpes, le derribó muerto en tierra y continuando con grande esfuerzo y valor, fue matando otros muchos caciques é indios, conque ya muy desangrado y cansado con las muchas heridas cayó en el suelo, donde los indios le acabaron de matar, con gran contento de gozar de la buena suerte en que consistía el buen efecto de su intento; y así con la muerte de este capitán fue luego ganada la Fortaleza, y toda ella destruida sin dejar hombre á vida, excepto cinco mujeres, que allí había con la muy cara Lucia de Miranda, y algunos tres o cuatro muchachos, que por ser niños no los mataron y fueron presos y cautivos, haciendo montón de todo el despojo para repartirle entre toda la gente de guerra, aunque esto mas se hace para aventajar á los valientes: y para que los caciques y principales escojan y tomen para sí lo que mejor le pareciere. Lo cual hecho, y visto por Siripó la muerte de su hermano, y la dama que tan cara le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas, considerando el ardiente amor que le había tenido, y el que en su pecho iba sintiendo tener á esa española, y así de todos los despojos que aquí se ganaron, no quiso por su parte tomar otra cosa, que por su esclava á la que por otra parte era señora de su albedrio, la cual puesta en su poder no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos, y aunque era bien tratada y servida de los criados de Siripó, no era eso parte para dejar de vivir con mucho desconsuelo por verse poseída de un bárbaro, el cual viéndola tan afligida un día, por consolarla la habló con muestras de gran amor, y le dijo, de hoy en adelante, cara Lucía, no te tengas por mi esclava, sino por mi querida mujer, y como tal puedes ser señora de todo cuanto tengo, y hacer á tu voluntad uso de ello de hoy para siempre, y junto con esto te doy lo mas principal, que es mi corazón. Las cuales razones afligieron sumamente á la triste cautiva, y pocos días después se le acrecentó mas el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y fue que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Siripó á Sebastián Hurtado, el cual habiendo vuelto con los demás del bergantín al puerto de la Fortaleza, saltando en tierra, la vio asolada y destruida con todos los cuerpos de los que allí murieron, y no hallando entre ellos el de su querida mujer, y considerando el caso, se resolvió de entrarse entre aquellos bárbaros, y quedarse cautivo con su mujer; estimando eso en menos, y aun dar la vida, que vivir ausente de ella. Y sin dar á nadie parte de su determinación, se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, y presentado con las manos atadas á su cacique el principal de todos, el cual como lo conoció, le mandó quitar de su presencia, dando orden que le matasen; la que oída por su triste mujer, inmediatamente con innumerables lágrimas rogó á su nuevo marido no se ejecutase, antes le suplicaba le otorgase la vida, para que ambos se empleasen en su servicio como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos; á lo que Siripó condescendió por la gran instancia con que se lo pedía aquella á quien él tanto deseaba agradar; pero con un precepto muy riguroso, que fue que so pena de su indignación, y de que le costaría la vida, si por algun camino alcanzaba que se comunicaban; y que él daría á Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto si sirviese; y junto con eso le daría él tan buen tratamiento como si fuera no esclavo, sino verdadero vasallo y amigo. Los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba, y así se estuvieron por algún tiempo sin dar ninguna nota; mas como quiera que para los amantes no hay leyes que los obliguen á dejar de seguir el rumbo donde los lleva la violencia del amor, no perdían la ocasión, siempre que había oportunidad, por que de ordinario tenia Hurtado los ojos puestos en su Lucia, y esta en su verdadero consorte, de manera que fueron notados por algunos de la casa, y en especial de una india, mujer que había sido muy estimada de Siripó, y repudiada por la española; esta india, movida de rabiosos celos, le dijo á Siripó: muy contento estáis con vuestra nueva mujer, mas ella no lo está con vos, por que estima mas al de su nación y antiguo marido, que á cuanto tenéis y poseéis; por cierto lo habéis muy bien merecido, pues dejasteis á la que por naturaleza y amor estabais obligado, y tomasteis la extranjera y adúltera por mujer. Siripó se alteró, oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña en los dos amantes un castigo atroz; mas dejólo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía, disimulándolo; de allí en adelante andaba con mucho cuidado, por ver si podía pillarlos juntos, o como dicen, con el hurto en la mano. Al fin se le cumplió su deseo, y cogidos, con infernal rabia mandó hacer una grande hoguera para quemar á la buena Lucia, y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo aquel incendio donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo á Dios Nuestro Señor hubiese misericordia de ella y perdonase sus grandes pecados; y en seguida el bárbaro cruel mandó asaetar a Sebastián Hurtado, y así lo entregó a muchos mancebos, que le ataron de pies y manos, y amarraron á un algarrobo, donde fue flechado por aquella bárbara gente, hasta que acabó su vida; arpado todo el cuerpo, y puesto los ojos en el cielo, suplicaba á Nuestro Señor le perdonase sus pecados, de cuya misericordia es de creer que marido y mujer están gozando de su santa gloria. Todo lo cual sucedió el año de 1532”.
Si bien existen muchos datos que no coinciden con la rigurosidad histórica, este intento de explicación de la pérdida del Fuerte de Sancti Espíritus recrea de forma novelesca matices de la vida en el real del Carcarañá, la relación nativo-español, la naturaleza cultural de ambos mundos que convivieron durante más de dos años por primera vez en éstas tierras que hoy conforman Puerto Gaboto.

Fuentes:
Ruy Díaz de Guzmán: LA ARGENTINA, 1612. Ruy Díaz de Guzmán, nieto de Irala, uno de los hombres que estuvieron en la primera fundación de Buenos Aires, fue también él hombre de rodela y espada y, al mismo tiempo, de libros y de pluma. Su obra, La Argentina, que ahora aparece en esta colección de Crónicas de América es un texto fundamental para conocer la historia de las provincias del Río de la Plata. Ruy Díaz de Guzmán, primer historiador mestizo de lo que se llama la Cuenca del Plata, escribió su historia acudiendo a archivos y a la memoria de su vida y de sus amigos, supervivientes de tantas luchas. La Argentina, que fue terminada en 1612 en la ciudad de Charcas.

Agresti Mabel Susana: Lucía Miranda (1860), de EDUARDA MANSILLA DE GARCÍA, y la originalidad de un mundo novelesco para una leyenda de soldados. (2008)

Guerra Rosa: Lucía Miranda.1858

Soler Amadeo: Lucía Miranda, a la luz de los versos de Celestina Funes (1992)

González Ricardo N: Puerto Gaboto, génesis y desarrollo histórico social del primer pueblo argentino. 2014.

La historia de Lucía Miranda convertida en una Opera llamada SIRIPO (ceh-pgaboto.blogspot.com)

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