El Papa Francisco murió a los 88 años de edad en la madrugada de este lunes. Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano y jesuita de la historia, falleció en el Vaticano durante las primeras horas de esta jornada, según indicaron voceros oficiales de la Santa Sede.
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en la Ciudad de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio era hijo de emigrantes italianos. Se formó como técnico químico antes de ingresar al seminario. A los 22 años se unió a la Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote en 1969. En 1998 se convirtió en arzobispo de Buenos Aires y, tres años después, en cardenal.
En Argentina, fue conocido por su sencillez: viajaba en subte, vivía en un departamento modesto, cocinaba su propia comida. Esa misma impronta lo acompañó hasta Roma.
Un papado de apertura y reforma
El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, Bergoglio fue elegido Papa. Eligió llamarse Francisco en honor a San Francisco de Asís, el santo de los pobres y la paz. Desde el primer momento marcó una diferencia: renunció a vivir en el lujoso Palacio Apostólico y optó por la residencia de Santa Marta, una casa más simple dentro del Vaticano.
Su pontificado estuvo atravesado por una clara intención de reformar una Iglesia sacudida por escándalos y alejada de muchos fieles. Impulsó cambios en la estructura administrativa del Vaticano, promovió la transparencia financiera y tuvo una postura firme frente a los abusos sexuales dentro de la Iglesia, pidiendo perdón en nombre de la institución.
La Iglesia en salida
Francisco abogó por una “Iglesia en salida”, cercana a los descartados del mundo. Su mensaje estuvo centrado en la misericordia, la inclusión y el cuidado del medioambiente. Su encíclica Laudato Si’ fue un llamado urgente a la conciencia ecológica global, posicionando a la Iglesia como actor clave en la defensa del planeta.
En lo social, mostró apertura hacia temas históricamente complejos para la Iglesia. Habló del derecho de las personas homosexuales a formar una familia, promovió una mirada más comprensiva hacia los divorciados vueltos a casar, y defendió el rol de la mujer en la Iglesia, aunque sin llegar a habilitar su ordenación.
Un líder cercano
Francisco será recordado también por su lenguaje sencillo, sus gestos inesperados y su capacidad de conmover con la palabra. Rompió protocolos, llamó por teléfono a personas comunes, abrazó a enfermos, visitó cárceles y lavó los pies a migrantes y mujeres. Humanizó el papado como pocos lo habían hecho antes.
Su figura trascendió lo religioso. Fue escuchado por líderes mundiales, recibió elogios y críticas por igual, y no dudó en involucrarse en cuestiones políticas y sociales, denunciando la desigualdad, la guerra, el narcotráfico y la indiferencia global.
Un legado que trasciende
Con la muerte del Papa Francisco, el mundo despide a un líder espiritual que llevó a la Iglesia a dialogar con el siglo XXI sin perder su esencia. Su papado no estuvo exento de resistencias internas ni de tensiones externas, pero supo mantenerse fiel a una idea: que el poder en la Iglesia debe ser servicio.
Francisco cambió la manera de ser Papa. No desde la grandilocuencia, sino desde lo pequeño, lo cotidiano, lo humano. Su legado no está solo en los documentos, sino en los gestos. En la ternura con la que habló a los niños, en la firmeza con la que defendió a los olvidados, en la sonrisa con la que, hasta el final, habló de esperanza.